miércoles, 13 de octubre de 2010

Mientras, al otro lado de la ciudad...

Alguien que me conozca minimamente sabe que soy un urbanita. No me imagino viviendo en un pueblo ni en el campo. Mi medio natural es la ciudad. Me obsesionan las ciudades, la mia y las demás, como funcionan, como sobreviven, a dónde van y de dónde vienen.
 Metrocentro, Blackberry, Esquire, Metro, Twitter, Cardigan, Trench, Facebook, Sahariana, Restaurante Hindú, Retenciones, Wifi, Estrategias, Participación,Weekend bag, Escapada, Carril bici, Área Metropolitana, Ikea, Sevici, Intermodalidad, Metropol-parasol... Además de palabras pedantes, son palabras de un mundo que me gusta y que me cabrea, pero que en definitiva es mi mundo.
¿Imagináis un mundo sin ciudades? Pues existió... Al acabar la Edad Antigua, con la caida del imperio romano hubo un abandono generalizado de las ciudades en Occidente. La población huyó al campo e hizo de la agricultura su modo de vida. Pronto esos agricultores necesitaron de protección militar contra los continuos ataques y los guerreros poco a poco se fueron convirtiendo en señores feudales de esos micro-reinos. Los hombres y mujeres vivían dispersos en el campo, aislados los unos de los otros, trabajando de sol a sol para alimentarse con aquello que cultivaban. Sin ciudades no había riqueza, ni comercio, ni Cultura. Fue una época oscura... El castillo del señor feudal o un monasterio era lo más parecido a una ciudad que tenían alrededor. Mientras en Oriente florecían grandes ciudades (Córdoba, Sevilla, Damasco, el Cairo, etc.), la cultura urbana de la Europa cristiana sufría un largo letargo.
En este mundo solo había tres clases sociales: los guerreros, los religiosos y los que trabajaban. Compartimentos estancos entre los que era muy dificil moverse, por no decir imposible... Pero hubo unos pocos que se atrevieron a salirse del orden establecido. Poco a poco hubo gente que no quiso ser guerrero ni servir a ninguno, que no quiso rezar, que no quiso ser agricultor. Esas personas, fuera de la ley, quisieron trabajar como comerciantes, como herreros, como zapateros... y poco a poco fueron juntándose en las ciudades. Había nacido una nueva clase social: la burguesía, la clase de los ciudadanos. Con el tiempo algunos consiguieron hacerse ricos y los poderosos no pudieron dejar de posar su mirada sobre ellos. El rey y los nobles necesitaron de su dinero para hacer la guerra. La Iglesia se sirvió de ellos para construir Catedrales. Y las ciudades volvieron a nacer... Las Catedrales se convirtieron precisamente en el símbolo de ese orgullo ciudadano.
¿De que nos sentimos orgullosos los ciudadanos del siglo XXI? Nueva York es quizás la ciudad de referencia mundial de esa cultura "urbanita" que en esta globalización nos hace a todos un poco iguales. Series de televisión, películas y libros nos han hecho saber de la "maravillosa" vida en la ciudad de los taxis amarillos, las Avenidas con ordinales y las calles con números. Carry Bradshaw siempre ha sido muy dada a repetir esa frase de "mientras, al otro lado de la ciudad..." cuando quería trasladarnos de lo que le ocurría a una de sus amigas a otra historia protagonizada por una amiga diferente.
Sevilla no es Nueva York, ni mucho menos. Pero todas las cosas que me ocurren aqui podrían llenar dos o tres temporadas de cualquier serie yanki. La ciudad no deja de sorprenderme con nuevos rincones a la vez que me encanta volver a saludar a lugares "viejos conocidos". Un día de lluvia con un trench, una noche de vuelta a casa inspeccionando como va la obra de Metropol, un café con amigos en un nuevo sitio. Es este el lugar donde puedo construir mi Catedral y por eso me gusta. ¿Alguien imagina la vida lejos de la ciudad?